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martes, junio 30, 2009

El Huaso y la Lavandera


Este cuento corto de 2009 lo escribí a la rápida y no vale nada. 

Tengo pendiente  meterle mano para que quede convertido en un sabroso relato que valga la pena leer.



Luis E.




CONCURSO DE CUENTOS.

MUSEO DE BELLAS ARTES
JULIO DE 2009

Envié este cuento que escribí ante la convocatoria del Museo de Bellas Artes. gané premio.






El cuento



Mientras Isabel lava una prenda en el estero, Juan la mira con suma atención. Está a punto de decirle que en su compañía le salta el corazón y le revolotean mariposas en el estómago.

Juan vive en Santiago. Está en la casa de campo de su tío Alberto pasando los meses de verano, tiempo durante el cual ayuda en las faenas agrícolas de su tío.

Le viene muy bien este descanso porque termina un año de intenso trabajo en la oficina de comercio de su padre.

Está a punto de iniciarse una apasionada relación entre los dos personajes principales del cuadro. Es elocuente la vacilante postura y Juan y la coquetería de Isabel.

A decir verdad, Isabel ha estado esperando durante varios días que el tímido Juan exprese algún signo de ternura para entregarse de lleno en sus brazos.

Tendrá Isabel que ser paciente, en extremo. Juan no capta las evidentes señales del interés que ella constantemente le ha estado enviando la última semana.

Las cosas no son tan sencillas por cuanto en el pueblo más cercano, San Pedro de Alcántara, merodea un siniestro personaje, quien bajo la apariencia de un modesto colaborador ocasional en la fragua del pueblo está silenciosamente enamorado de Isabel. Este individuo, que responde al nombre de Evaristo es un peligroso psicópata.

Evaristo, en cada oportunidad que tiene, merodea cerca de la vivienda de Isabel con el pretexto de ser un proveedor de leña. Realiza asimismo diversas tareas menores que le encomienda el mayordomo del fundo donde viven.

En esta escena que vemos, es el momento preciso que Juan se manifiesta. Isabel le responde afirmativamente con el mayor entusiasmo y efusividad. Al fondo a la derecha vemos las siluetas de don Pancho, el mayordomo, y Evaristo.

Inmensa fue la ira y desesperación que sintió Evaristo al ver cómo Juan descendía del brioso corcel y abrazaba a Isabel fundiéndose ambos en prolongado y estrecho abrazo.

Al acostarse Juan esa noche, no se imaginaba el riesgo al que estaba expuesto.

Su tío Alberto ya le había escrito esa misma tarde una carta a su hermano pidiendo instrucciones.

Mientras tanto Evaristo contemplaba un “choco” que conservaba como recuerdo de su participación en la Guerra de la Independencia, se vio involucrado en la batalla de Chacabuco.

Tres semanas después le llega respuesta de su hermano a don Alberto. La instrucción era clara y precisa; mandarlo de regreso a la capital en forma inmediata.

El mismo día en que Juan sería enviado de regreso a Santiago, Evaristo preparó su carreta con leña, y se dirigió al fundo de Lolol, llevando consigo su preciado choco. Tenía claro su propósito y estaba decidido; debía sacarlo del camino, no veía otra solución mas que eliminarlo.

Así fue como en el momento en que Juan se subía al tílburi que lo llevaría de regreso a la capital, aparece Evaristo y le dispara con el choco. Quiso el destino que el redondo proyectil pasara a dos centímetros de su cabeza e impactara de lleno en el pecho de don Alberto matándolo instantáneamente.

Gran confusión, gritos y carreras. Como un celaje, Juan de un salto tomó por el mango un hacha de la carreta con la cual de certero golpe dio cuenta de Evaristo hiriéndolo mortalmente.

En un segundo Juan se dio cuenta que se había desatado una tragedia de proporciones. Decidió ahí mismo librarse de las rígidas ataduras familiares y le ordenó a Isabel que subiera al tílburi porque tenían que huir sin demora.

Se instalaron con el tiempo en una acogedora cabaña de madera y vivieron felices llenos de chiquillos.

Así vemos como de entre los lastres del desequilibrio, los prejuicios y la muerte, surge una historia de armonía, libertad y vida.